Una pizza, el Vacío y bajar de la torre
Tengo un frío atroz. El brasero está apagado y llevo un pijama de invierno de mi hermana sobre el pijama veraniego de Andrea.
Son las 14:54 del 26 de noviembre.
Este es el segundo fin de semana consecutivo que no tienes carta. Llevo en silencio metafórico desde que me subí al avión dirección México.
Me gusta llevar ropa prestada. No necesito que sea mía. De hecho no me hace demasiada ilusión que sea mía. Cuando es de alguien me siento abrazada.
Acabo de almorzar mi pizza estrella. La gourmet. La que le gustaría a todo el mundo menos a mi tío Paco. Pero porque a él no le gusta el queso. Si se lo quitara también la amaría. Es una pizza fantástica. El sabor a pólvora y pan se mezcla en mi boca.
Durante mi estancia en México no generé contenido. Me sentía abrumada. Mi corazón se rompía y se hacía más grande a cada segundo. Dios tenía razón. Todo se pone mejor. Siempre se pone mejor.
Creo que soy experta en sentir vacío. Existencial supongo. De pequeña me generaba ansiedad. Ahora entiendo que forma parte de la Vida. No sueño con el día que deje de sentirlo. El zumbido de las turbinas de un barco gigante siempre suenan de fondo. Así suena el Vacío. Ahora podemos llamarlo con mayúscula, conoces el Vacío. Es el Vacío de la Vida. Llevar ropa de otras personas me hace sentir menos sola en este Vacío.
Mi madre entra en la cocina y me dice “Buenísima, me ha encantado. Es una mezcla de sabores muy apetecible” lo sabía, todo el mundo ama esta pizza.
Vivimos tapando el Vacío. Con comida. Con ruido. Con personas. Pero el Vacío nunca cesa. Y nunca lo hará. Solía soñar con el día en que una persona me abrazara tan fuerte que el zumbido del Vacío dejara de oírse. Hoy sé que nunca lo hará. El abrazo dejó de ser solución y pasó a ser elección. Debajo del abrazo siempre suena el vacío. Perdón. El Vacío. México me ha mostrado que por más amada que seas el Vacío sigue latiendo.
Hace años pensaba que un día tendría tanto dinero que me vestiría diferente. Compraría prendas preciosas que querría vestir cada día. Qué estupidez. Sí, la ropa me hace sentir diferente. Pero no en base a lo que cuesta, sino con la emoción con la que me conecta. Y sí, de alguna hermosa manera llevar el pijama de Teresa sobre el de Andrea me hace sentir mágica. Como si líneas del tiempo que nunca pensé que pudieran cruzarse por fin lo hacen.
Estoy cansada de ser políticamente correcta. Mi padre se ríe mientras se lo digo “Rosa ¿cuándo has sido políticamente correcta, en realidad?” Yo creo que nunca me salió bien la jugada de serlo, pero siempre lo intenté. Y me rindo. No lo soy, y no lo pretenderé más. Sí, me estoy fumando un cigarro. Y sí me estoy bebiendo una cocacola. Muchas personas que me siguen se echarían las manos a la cabeza si me leyeran. Pero es que no vivo para complacer. Si no para Ser. Y encontrarme cara a cara con el placer, en ese “soy siendo”.
Elijo Amor. Elijo más amor. Elijo amor una y otra vez. De hecho podemos ya, llamarlo Amor. La negación de lo que muere. La realidad eterna. Pero ya no lo elijo como solía hacerlo, como buscando el fin del Vacío. Como si no entendiera el Vacío. Como si el Vacío pudiera dejar de estar Vacío de tanto Amor que le diera. Jajajajajajajajajaja Me parto de risa yo sola en la cocina. Si algo me enseñó México es que amar sí duele. Duele un montón.
Mi familia creyó por años que yo no era cariñosa. Y al final me lo creí yo también. Recuerdo a mi amigo Edu tratando de darme un abrazo, y yo tiesa como un palo diciéndole “¿qué haces? ¿Qué tratas de hacer?” Él se reía y abrazaba a aquel tronco de madera a punto de romperse de la incomodidad. El calor de aquel abrazo despertaba el frío que sentí por años.
Sigo riéndome. De los abrazos que rechacé mientras los recibía, y de los abrazos que ahora reconozco rechazados cuando los doy. Es divertidísimo ver cómo las personas se enrigidizan mientras las abrazo al saludarlas. Esconden el esternón, se les quedan los brazos dentro, se encojen, alejan la cadera. Jajajajaja ay amix. Hoy me río mientras doy gracias a Thaïs, fue la última persona que terminó de hacerle crack a mi frío interior. O no.
Yo vivía tranquila en una torre desde la que creía amaba al mundo. Bajaba las escaleras, les amaba, y volvía a subir. El Vacío y yo, besties. Los abrazos, sí, cómodos. Y la dependencia, bajo control. Llegué a México y se me rompió el amor. Perdón, el Amor. Y cuando estaba dispuesta a agarrar mis pedazos y subirme de vuelta a mi torre me di cuenta: No estaba roto, estaba creciendo. Y ahora no cabía en la torre. ¿Cómo? En realidad en la torre no amaba. Porque no era vulnerable. Y amar conlleva vulnerabilidad.
Ponerme la ropa de las personas es un humano y tierno recurso que uso para sentir cerca a aquellas personas que están lejos. Pero las quiero a mi lado. Las quiero concretamente a mi derecha. A mi izquierda. No en frente. Las quiero mirar, oler, escuchar, abrazar. Quiero reír con ellas. Quiero apelar a todos esos memes que solo nosotras entendemos. Pero están lejos. Y está bien. El espacio que siento entre nosotras es solo eso, espacio. No es Vacío. Porque ese Vacío, lo siento estando con ellas o sin estar.
Hoy siento que escribo esto desde un lugar totalmente distinto al que escribí el último post antes que este. No sé qué ha cambiado. Pero reconozco que ya no trato de sacar enseñanzas, que antes sí. Ya no trato de no ofender o no llamar la atención. Antes sí. Ya no trato de esconder ciertas vulnerabilidades. Antes sí. Ya no dudo de ciertas cosas, que antes sí. Ya no. Antes sí. Ya no. Antes sí. Ya no. Antes sí.
El Vacío es saber, que un día no estarán. Y que amar es urgente.
Ya no niego que el Amor duele un chingo. Antes sí. Porque cada escalón que bajo de la torre, me doy cuenta: un día tú no estarás. Yo no estaré. Lo que duele de amar es darse cuenta de eso. Que es urgente.
No ames para tapar el Vacío, nunca lo lograrás, el Vacío no puede llenarse. Y lo lleno, no puede vaciarse.
Vivir es reconocer lo que está lleno y extasiarse. Vivir es reconocer el Vacío, y abandonarse.
Un día tú no estarás y eso está bien. Pero ahora estás. Así que voy a amarte con toda mi llenitud.
Apago el cigarro. Tiro la cocacola por el desagüe.
Y me doy cuenta. El zumbido me susurra “un día vas a morir, así que dime ¿qué vas a hacer con este regalo que te he hecho?” Y me doy cuenta. Me doy cuentamedoycuenta. Me doy cuenta. Tengo la posibilidad de marcar la diferencia en mi Vida y en la tuya. Y en la tuya. Y en la tuya. Y en la de él. Y en la de ella. Y tú también.
Y cuando ya no esté aquí, y cuando tú ya no estés aquí ¿qué diferencia habremos marcado en las Vidas de los que siguen?
De eso va vivir.
De afectar y ser afectados.
¿cuánto más milagro puedo ser?
Ya no quiero vivir en la torre. Me bajo al mundo.
Voy a vivir con todas sus consecuencias.
Y sin miedo, porque como me dijo Dios un día, sí, todo se pone mejor.
¿Cómo puedo decir aquí y ahora sí a mí, sí a mi existencia? ¿Cómo puedo ahora mismo decir sí a ti? ¿Sí a tu existencia?
Y aún más importante ¿cómo puedo decir ahora mismo sí a nosotros? ¿Sí a nuestra existencia?
Nos amo, somos Dios cuando somos red. Recuerda que tienes un jardín interior. Cuida lo que siembras en él. Elige tus pensamientos y tus elecciones con amor.
¡Nos vemos por ahí amando!
Con cariño, Rosa.
Pd: te dejo como siempre la playlist que escuchaba mientras escribía esto y de paso te dejo un podcast súper chulo que empecé a grabar en México con Zergio.